Una mañana me desperte. Me quede mirando al techo de mi habitación, a la vez que sentía una extraña sensación que no sabía explicar. A los minutos me levante, e hize lo que suelo hacer todas las mañanas, me levanto, me ducho, me cepillo los dientes, me arreglo, y voy para el instituto. Mi día continuó. Para mis memorias, es y será el peor día de mi historia. Todo me salía mal. Tenía la cabeza en todas partes. Algo de mí, me decía que algo no iba bien, y no fallaba.
Salí del instituto, y me fuí para mi casa. Definitivamente, ese no era mi día. Nada, absolutamente nada, me había salido bien. Cuando llegué a mi casa, recibí una llamada, no la cogí ya que pensé que no era importante, pero aún así me resultó de lo más raro dicha llamada.
Más tarde me llamó un amigo, el consiguió que mi día mejorase. Sus alagos, mimos, la manera en la que me hablaba, en fin, el lo me hizo sentir algo mejor, pero aún así mi cuerpo o mejor dicho, mi corazón, no estaba bien.
Llegó la noche, y ahí fué cuando me enteré de lo que me sucedía.
Esa persona, a la que quería con todas mis fuerzas, pero había despreciado y avandonado, me había dejado. Ya no estaba. Había muerto. Ahí es cuando supe quién era yo.
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